Son palabras que nunca deseas escuchar pero que acuden a ti sin avisarte. Llegan, se pronuncian y desaparecen.
Pero el mal se queda, y el pesar pesa. Pesa y te hundes. Y sin darte cuenta ya has tocado fondo. Pasan los minutos, las horas, incluso más tiempo del que te imaginas, y todavía sigues en la oscuridad.
Los días se convierten en noches y no hay luz en las farolas. Te quedas asombrada por el silencio del crepúsculo e intentas avanzar a ciegas. Pero es lo más tonto que puedes hacer: caminar sin saber con qué ridícula piedra vas a tropezarte. Y eso duele. Duele mucho más que la simple caída. Porque si tropiezas te levantas, pero ahora no logras hacerlo y permaneces en el suelo. Analizas tu alrededor y no ves a nadie, ni tampoco nada. ¿Dónde estás? ¿Vas a volver? No me contestes ahora, quiero intentar levantarme por mí misma. Porque si vas a volver, hazlo sabiendo que podemos tropezar mil veces. Mil veces con la misma pequeña piedra que un día nos hizo desfallecer.
sábado, 17 de marzo de 2012
Palabras que llegan, se pronuncian y desaparecen.
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